miércoles, 19 de enero de 2011

Preludio de una buena Victoria

Texto: Alejandro Zamarrón
Ilustración: Ana Fuentes 

Cuatro noches después de la Noche-de-Mala-Copeo. No me lo creo todavía, Ainda Gutiérrez me doblegó como nadie lo ha hecho, izquierda entierra gancho al hígado, derecha impacta en la quijada, izquierda me regresa de un golpe en la sien y derecha me remata estrepitosamente en el pómulo para caer noqueado. El réferi se desentendió para no detener la pelea antes de mi inconsciente caída. No pude llegar ni al cuarto round. Ahora una sonrisa mordaz adorna el rostro de Ainda.  ¿Você ainda está por aquí? Ni madres. Te has ido. Ya no estás más aquí. Sólo queda tu asqueroso perfume de aroma de baño y tu pinche sonrisa mordaz que te ataviaba cuando me veías encabronado y borracho. Seguro era  plan con maña que había sido cabalmente diseñado por meses. No sabía que siendo arquitecto se pudiera diseñar algo así. La noche redacta una mañosa metáfora con la lluvia, parece que ella, la noche, es la que llora por mí. No aguanto: empiezo a llorar, tal como la primera vez que caí de la bicicleta al compás de un grito ensordecedor de mi padre “¡Eres un pendejo!”. Dolió más el grito que el golpe. 

Media hora después de la Noche de Mala Copeo. Camino corrompiendo la soledad de la noche (son nueve y media pasadas del meridiano). Mermo también su armonizado silencio. El suelo está mojado y mis zapatos tienen un hoyo, ahora empiezan a mojarse los calcetines blancos que han mutado a grises. La vida es injusta… ¿injusta?  Ni madres eso no debía quedarse así. La cajetilla de Delicados 25´s parece estar de mi lado y asoma  el último cigarro como un regalo. Arrebato ese último regalo que me ofrece el rectángulo de cartoncillo, lo aprieto entre mis labios, justo como solía hacer con los pezones de… ¡a la chingada con ella! Saco mi encendedor: uno, dos, tres chasquidos, inspiro largamente para encenderlo. Guardo el encendedor, el humo entra en mis ojos. No hay problema, ya estaba llorando. Ahora pienso en mi hermano, él nunca ha tenido pedos con las mujeres, cabrón, mujeriego, le importa una mierda, tal vez dos. La botella de Tonayan hace un llamado, yo la abro y sorbo de su boquilla.

El Mala Copeado “Vuelvo a casa temprano hermano, nada salió como lo esperaba, él fue mejor, se la llevó” Pinche Vicentico cómo se atrevió a contarle a su hermano que le han robado a su mujer, aunque es de cabrones aceptarlo. No pienso hacerlo igual, mi hermano se cagaría de la risa, es más lo haría a mandíbula trabada, a garganta abierta, con el pecho inflado. Hasta entonces yo no había tenido pleito con Ainda, pero siempre hay un pez más gordo ¿o menos feo?  “Él cantaba buenas canciones, era uno de buenos trabajos”. En efecto, él cantaba buenas canciones, acudió al casting de la Academia Bicentenario con un performance preparado que ilustraba puntualmente la canción de la  incondicional, esa que intenta cantar el adulto lactante extemporáneo de Luis Miguel. Buenos trabajos. Claro, él despertaba todas las mañanas a la misma hora, con isocronía envidiable en su relato matutino se bañaba, se embutía en su traje sastre negro de tres piezas. Se untaba el cabello con vaselina para alisarlo y se peinaba las cejas con saliva usando las yemas de los dedos pulgar y meñique. Se lavaba los dientes. Se perfumaba con agua de colonia y un espray de canela mataba cualquier indicio de mal aliento que había logrado sobrevivir a la pasta dental. Se colocaba su gafete de cajero ejecutivo de banco y ufanado caminaba de su casa a la estación de metro pensando en que todos lo miraban con envidia. A para cabrones que se consigue esa Ainda. 


La espera del Mala Copa Hasta hoy que redacto estas líneas (en plena “noche de mala copeo”, once treinta pasadas del meridiano)  Ainda no había tenido hostilidad con mi afición a la bebida, ni al cigarro. Esta tarde me trague el chocolate que le había comprado cuando la esperaba afuera de su escuela. No llegaba. El estómago reclamaba lo suyo. Rompí la envoltura, lo guardé en mi mano esperando a que llegara para sorprenderla con un chocolate. Diez minutos, todo permanecía igual: yo esperando, el chocolate en mi mano y el estómago reclamando lo suyo. Lo comí, inmediatamente fumé un cigarro, mi aliento era peor de lo habitual. Por fin apareció, me besó y ni rastro del chocolate que felizmente descansaba en mi gorgoreante barriga. Recuerdo que esa chocolatosa tarde soleada había que ir de visita con su familia: comida, intercambio de frases amables, cuestionamientos absurdos. Mi aliento era acre, no poseía un espray que apagara ese incendio de malos olores que enardecía en mi boca, así que compre una modelo de lata para el camino. 


Noche de Mala Copeo Me senté en la mesa, a  lado de Ainda,  por si su padre arrojaba miradas amenazantes y cuestionamientos incómodos ella se lanzase en mi defensa. Ahí venia la invitación del vino post merienda. ¿Una copa? ¡Claro! Sería grosería no aceptarla. Mejor dicho sería pendejada no tomar gratis contestaba mentalmente. Alzaba el codo y me empinaba la copa, alzaba el codo y me empinaba la copa. Después de seis alzar-el-codo-y-empinarme-la-copa ya estaba empezando a sonreír involuntariamente. Era la ebriedad. Me piden que cante, no me atrevo. El alcohol me toma de las vísceras,  me jalonea y hace que de mi boca salga un estúpido ¡Bueno! Me la echo. Ainda aparentemente molesta  por la situación alega con que no debería de cantar, que tengo mala voz. Pinche vieja, siempre andaba diciéndome que le leyera poemas de José Emilio Pacheco que porque chulada de voz que salía de mi garganta. Alzo-el-codo-y-me-empino-la-copa. “suelo ir con mi borrachera y mi mala voz, mi mala voz”.
La tramposa amabilidad del viejo Don Vicente, padre de Ainda, era cada vez más lejana. “tu padre intenta reír no puede” Ahora ya no había vino para mí, ya no rellenaba mi copa para seguir con los complicados ejercicios de alzar-el-codo-y-empinarme-la-copa. Algo se tramaban pinches Gutierritos. Sospechosos, cabrona salió esa familia ahora me doy cuenta. Entre un silencio incómodo gritó el timbre de la casa para avisar que entraba con bombo y platillo el buen cantante y chambeador José Luis Reyes. Pinche nombre de director general de cabrones embaucadores pensé cuando me lo presentaron. Por un momento especulé que era el juez que nos casaría en ese mismo instante, pero no se puede chiflar y comer pinole. Resultó que era el nuevo compañero de viaje de Ainda Gutiérrez Zumalburu. Su apellido materno siempre me remontaba a la imagen de un tipo loable. ¿Compañero de viaje? Si no nací ayer pinche Ainda te lo agarraste porque don Vicente (la d de don se ha minimizado) dio su aprobación y piensas que te espera una vida entrecomilladamente  decente.

Yo nunca le simpaticé al don, que mi barba, que olía a cigarro, que me gusta andar en el agua, hasta el pato me apodaba el cabrón. No me lo creo todavía, sin más vino para alzar-el-codo-y-empinarme-la-copa, sin vieja, y tres abúlicos semblantes acusándome con la mirada. Yo les apuntaba con un dedo, los otros tres dedos me disparaban.
No quise observar esa escena de melodrama mal financiado. Agarré (hurté) la última copita, sí ¡la última y nos vamos! Sabía que al cruzar el umbral de la puerta se cagarían de la risa, me condenarían, me habían puesto fecha y hora de muerte. Los Fabulosos Cadillacs ambientan la escena (“al irme yo él te hablará y te dirá que no soy confiable y que ese tipo es más razonable”). No lo iba a tolerar, don vicente (sí, ahora la v también se ha minimizado)  no se iba a olvidar del pato y el tipazo del güichito ni recordarme iba a querer. Así que me regresé, cual si fuera yo la tergiversada versión de Sherlock Holmes en el cine moderno acomodé mi puño cerrado en el párpado de vicente (si ahora el don ha desaparecido) Se desmoronó de puras nalgas y el grito chirriante de Ainda me calaba hasta los huesos. Güichito  intentó defender a su apreciable suegro pero ni tiempo le dio de moverse cuando la última copita que un mala copa había agarrado (hurtado) le cerró los ojos y lo tintó de rojo. ¿Ahora quién llora pinche Ainda? (esa  A  se aferra a ser mayúscula, no puedo minimizarla) Mayúscula fue la carcajada que solté al ver a ese trío, que antes me había disparado, cagarse, pero ahora no de risa sino en lagrimas y nervios. Campante volví a cruzar el umbral del departamento de aindA, (si no es una es otra) con  bombo y platillo, salida triunfal y con un epíteto imaginario en la espalda que decía “Número dos en tu lista”

Media hora después de la Noche de Mala Copeo parte 2 Chingaderas que hice (jajá). La lágrimas  mutaron en carcajadas al recordar mi ataque holmeseano. Mientras caminaba entre charco y charco El Tonayan vuelve a realizar un llamado, tintineante por el frío destapo la botella, sorbo de la boquilla, esta vez sin cigarro en mano. ¡Otro pinche charco! Hasta eso el padre de Ainda tenía razón me gusta andar en el agua, vuelvo a sorber del fiel Tonayan y Vicentico advierte por mí a Ainda: “y ahora tu padre volverá a reír y tu maldito novio volverá a hablar de él… solo de él “. No me lo creo todavía la A sigue en mayúscula. 

*Curando la cruda Día 56 después de La-Noche-de-Mala-Copeo. Agatónica, cuyo nombre significa la de la buena victoria, estaba hace un momento acostada entre mis brazos, ahora ha escapado a tirar el miedo. Acabamos de coger y la de la buena victoria me ha elevado tanto que casi muerdo una nube. La de la buena victoria. Agatónica. Pues dicen por ahí que una A saca otra A. Ya veremos dijo el ciego La de la buena victoria y yo salimos rumbo a la cantina El Jarrito ahí en Donceles. ¿Dos Indio joven? No, yo quiero una victoria. Alcanzo a atisbar el letrero en la barra “prohibido mala copear”. Sonrío mordazmente.