miércoles, 17 de marzo de 2010

Los tiempos modernos no son eternos

Los tiempos modernos no son eternos

Había logrado mantenerme varios meses en mi último empleo. Tenía que vender folletos de un recetario de comida congelada especial para bajar de peso. Se trataba de un listado de los productos prefabricados, listos para hornear o freír o sólo agregarles agua caliente, que se ordenaban en una secuencia que prometía bajar de peso sin ningún esfuerzo.

La tendencia de las últimas décadas marcaba que la gente no saliera de sus casas. Todos los trabajos habían sido modificados de tal manera que sólo se necesitara una conexión a la Red de Evolución Humana, el nuevo nombre de la Iternet. Yo llevaba varios años trabajando desde mi casa, en varios empleos, sin más ocupación que presionar unas teclas en una secuencia indefinida.

Las condiciones laborales habían creado una especie nueva de seres humanos con exageradas barrigas, caras pálidas llenas de granos y sonoras dificultades para respirar. Las personas que no podían pagar la conexión eran las únicas con permiso para salir. Eran las encargadas de completar las transacciones comerciales que requirieran la entrega de algún producto a domicilio, la comida por ejemplo, o los recetarios para adelgazar.

Yo particularmente había alcanzado los cien kilos en mi peso, mi ropa olía a humedad y sudor, me volvieron los granos de la pubertad y mi lugar de trabajo nadaba en cartones con cubierta plástica de sopas instantáneas y los antiguos discos compactos que encontré en un basurero cuando era niña.

Mi trabajo era sencillo. Los empresarios y las amas de casa, los pirrurris en general, aún pensaban en la forma de conservarse en buena forma, por supuesto era imposible. Por esa razón, la súper modelo Jazmine Le Rose creó el programa de dietas para bajar de peso con comida sintética, por cierto ya nada se cultivaba o criaba de forma natural, todo se creaba en laboratorios. Entonces, la gente pedía nuestro recetario por millares a la dirección virtual de la empresa y yo les reenviaba su pedido confirmado con la fecha en que recibirían su orden.

Todo iba relativamente bien hasta el día que terminé con mi novio. El decía que era austriaco, pero yo sabía que ese país había dejado de existir antes de que yo naciera, entonces si el era austriaco debía ser mucho más viejo que yo. Nunca lo vi físicamente, pero en su perfil leí que tenía los ojos azules, cabello rubio, grandes atributos físicos y que le gustaba mucho leer y escuchar música.

Nos comunicábamos por la red. El vivía en la direccion hew.franz563789,red,white,ue
No sé qué significa ese código pero ahí se encuentran todos tus datos personales y tu localización física, si es que existes. Yo sólo debía teclear eso en mi computadora e inmediatamente podía entablar una conversación con el mediante el lenguaje de la red.

Existía un código más minimizado que el binario para crear caracteres en un idioma universal para la gente con conexión. No importaba si mi lengua asignada de acuerdo a mi localidad era latina, la máquina interpretaba mis mensajes en la lengua correcta.

Las relaciones por la red son muy sencillas, tú lees el perfil de las personas, envías una invitación para formar una pareja de intereses y si la otra persona acepta tu invitación, tienes pareja. No había nada más. Para conocer a tu pareja o tener un acercamiento físico, primero tu relación de intereses debía pasar un filtro de calidad en el que evaluaban tus conversaciones en pareja y te catalogaban como posible procreador.

Quién te calificaba y cómo lo hacía, es algo que nadie sabía, las cosas simplemente llegaron a este punto. Las sensaciones de atracción sexual eran prohibidas por medio de hormonas en los alimentos sintéticos.

Honestamente, me sentía confortada por no tener que salir de mi casa, ni siquiera sabía si podría caminar más de cien metros. Pero me consternó la negación rotunda de Franz. Yo entendía las razones legales por las que no debíamos salir, pero por algún motivo me sentí muy mal cuando el me dijo que debíamos dejar de ser pareja si mis intenciones estaban por encima de la normatividad.

No tenía ninguna intensión, ni siquiera pensaba en un acercamiento fisico pues comía suficientes alimentos envasados para no tener apetito sexual. Pero sentía una gran curiosidad por conocer a otro ser humano evolucionado, la misma que sentía por mis discos compactos.

La última vez que hablé con mi padre, me dijo que los tiempos modernos serían la condena de la humanidad. El se refería a la naturaleza humana que había cambiado radicalmente en tan poco tiempo. Él por ejemplo logró besar alguna vez a mi madre. Mis abuelos lograron ir a un cine en tercera dimensión. Yo no conocería ninguna de esas cosas pero sentía una gran nostalgia por esos tiempos que no viví, y mis discos compactos eran la única posibilidad de revivir la historia borrada por lo fugaz de la evolución.

Cuando Franz se despidió y bloqueó mi conexión a su sitio en la red, sentí como si nunca pudiera encontrar el vínculo entre la historia y nuestro presente. Alguna vez existieron las relaciones en persona, los negocios que se cerraban estrechando las manos, las declaraciones de amor con besos y la música que podías tocar en instrumentos físicos, no sólo en pantallas táctiles.

Los tiempos modernos son nuestra condena, mi padre tenía razón. Pero al conocer la fragilidad oculta de mi corazón mecánico, que me hizo sentir el rechazo de una propuesta casi romántica, descubrí que en la humanidad aún puede haber algo de de pasión, de vida. Descubrí que el vínculo entre lo que habíamos dejado de ser y lo que somos se perdió por la inhibición de sentimientos como el amor y la fraternidad.

Por suerte, los tiempos modernos no son eternos y nuestro pasado sí. Hoy encontré un viejo reproductor de discos compactos y he escuchado una canción de 1993. Tarareo Do the evolution en el inglés clásico cuando me pongo unas botas, unos jeans, un abrigo, cierro mi sesión en la red y salgo a buscar lo que dejamos de ser.